viernes, 22 de abril de 2022

 Vamos a leer algunos poemas de amor de nuestras poetisas favoritas. Echa un vistazo:


Mira cómo describe Safo (poetisa griega que vivió entre los siglos VII y VI a.c) los efectos de la contemplación de la belleza amada (se deduce que una mujer, envidiando al hombre que habla con ella):

 

Me parece semejante a los dioses ese

hombre que está ante ti

sentado y escucha la preciosa voz

de cerca

y la risa adorable que hace temblar

mi corazón en el pecho,

en cuanto te veo, se me va

el habla,

se me rompe la lengua,

me hormiguea un fuego impalpable,

mis ojos no ven, no oigo

claro,

transpiro de frío, un temblor

se adueña de mí, descolorida

como pasto seco, me

muero,

pero a todo hay que atreverse cuando nada se tiene.

 

 

Y así convoca Mary Shelley, la autora de Frankenstein en el s. SIX, a su amor para que le acompañe en sus sueños:

 

 

¡Oh, ven en mis sueños, amor!

No hay otro feliz deseo;

Ven entre destellos, amor,

Cierra mis ojos con tus besos.

 

Dicen las fábulas viejas:

Amor visitó a una griega criada

Pero ella rompió la magia sagrada

Y despertó con su fe traicionada

 

Pero velará mi vista sueño gentil,

Y será sombría lámpara de psiquis

Cuando, en las visiones del dormir,

tú renueves tus votos hacia mí.

 

¡Y, ven en mis sueños, amor!

No hay otro feliz deseo;

Ven entre destellos, amor,

Cierra mis ojos con tus besos.

 

 

 

Emily Dickinson habla así de su amiga Susan:

 

Poema 1568

 

Verla es un cuadro-

oírla es una melodía-

conocerla una intemperancia

inocente como junio-

o conocerla -una aflicción-

tenerla de amiga

un calor tan cercano como si el sol

brillara en la mano.

 

También en el s. XIX Rosalía de Castro escribía este poema en su libro Follas novas (Hojas nuevas):

 

Cuando pienso que huyes,

negra sombra que me asombras,

al pie de mis cabezales,

tornas haciéndome mofa.

 

Si imagino que te has ido,

en el mismo sol te asomas,

y eres la estrella que brilla,

y eres el viento que sopla.

 

Si cantan, tú eres quien canta;

si lloran, tú eres quien llora;

y eres murmullo del río,

y eres la noche y la aurora.

 

En todo estás y eres todo,

para mí en mí misma moras,

nunca me abandonarás,

sombra que siempre me ensombras.



 

Lee ahora cómo Ana Rossetti (1950) nos describe a un chico que le gusta de vaqueros ceñidos: