Vamos a leer algunos poemas de amor de nuestras poetisas favoritas. Echa un vistazo:
Mira cómo describe Safo (poetisa griega
que vivió entre los siglos VII y VI a.c) los efectos de la contemplación de la
belleza amada (se deduce que una mujer, envidiando al hombre que habla con
ella):
Me parece semejante a los
dioses ese
hombre que está ante ti
sentado y escucha la preciosa
voz
de cerca
y la risa adorable que hace
temblar
mi corazón en el pecho,
en cuanto te veo, se me va
el habla,
se me rompe la lengua,
me hormiguea un fuego
impalpable,
mis ojos no ven, no oigo
claro,
transpiro de frío, un temblor
se adueña de mí, descolorida
como pasto seco, me
muero,
pero a todo hay que atreverse
cuando nada se tiene.
Y así convoca Mary Shelley, la autora de
Frankenstein en el s. SIX, a su amor para que le acompañe en sus sueños:
¡Oh, ven en mis sueños, amor!
No hay otro feliz deseo;
Ven entre destellos, amor,
Cierra mis ojos con tus besos.
Dicen las fábulas viejas:
Amor visitó a una griega criada
Pero ella rompió la magia
sagrada
Y despertó con su fe
traicionada
Pero velará mi vista sueño
gentil,
Y será sombría lámpara de
psiquis
Cuando, en las visiones del
dormir,
tú renueves tus votos hacia mí.
¡Y, ven en mis sueños, amor!
No hay otro feliz deseo;
Ven entre destellos, amor,
Cierra mis ojos con tus besos.
Emily
Dickinson habla así de su amiga Susan:
Poema 1568
Verla es un cuadro-
oírla es una melodía-
conocerla una intemperancia
inocente como junio-
o conocerla -una aflicción-
tenerla de amiga
un calor tan cercano como si el
sol
brillara en la mano.
También en el s. XIX Rosalía de Castro escribía este poema en su libro Follas novas (Hojas nuevas):
Cuando pienso que huyes,
negra sombra que me asombras,
al pie de mis cabezales,
tornas haciéndome mofa.
Si imagino que te has ido,
en el mismo sol te asomas,
y eres la estrella que brilla,
y eres el viento que sopla.
Si cantan, tú eres quien canta;
si lloran, tú eres quien llora;
y eres murmullo del río,
y eres la noche y la aurora.
En todo estás y eres todo,
para mí en mí misma moras,
nunca me abandonarás,
sombra que siempre me ensombras.
Lee
ahora cómo Ana Rossetti (1950) nos describe a un chico que le
gusta de vaqueros ceñidos: